Nuestras expectativas son la ilusión de lo que debería suceder, cómo alguien debe comportarse, qué debe decir o hacer, qué hay que hacer a los 20, a los 30, a los 40 años y así. Nada ni nadie está libre: tenemos expectativas sobre nuestra familia, pareja, hijos, amigos, trabajo, colegas y obvio sobre nosotros mismos.
Son un arma de destrucción masiva.
Porque es un juego donde casi siempre gana la banca: el mundo a menudo no se comporta cómo esperábamos. Porque no nos deja ver lo nuevo, lo inesperado; las expectativas vuelven todo binario: el mundo está por debajo o por arriba. Porque nos impide aceptar y agradecer lo que es. Porque a menudo nos lleva a injustas comparaciones.
¿Quiere decir esto que hay que dejar de soñar? No
¿Quiere decir que hay que conformarse? No
Nuestros sueños nos recuerdan quiénes somos, es bueno saber cuáles son nuestros no negociables, qué nos importa, cuáles son nuestros estándares y dar lo mejor que tenemos... pero el resultado ya no nos pertenece.
Porque además nadie vino a esta tierra para cumplir tus expectativas. Lo bueno es que tampoco vos viniste a cumplir las expectativas de los demás.
Ya está casi listo...
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